Belgrano economista

Belgrano economista
La sabia organización de la ignorancia es uno de los instrumentos más arteros con los que la clase dominante impone su despótica voluntad. Destruir la memoria colectiva, desacreditar a aquellos que lo dieron todo por nuestra Patria, es una de las formas culturales de dominación clásica. El gobierno liberticida de Javier Milei mediante el decreto 346/2025 disolvió, entre otros institutos nacionales de investigación histórica, al Instituto Nacional Belgraniano, que resguarda el legado del creador de nuestra bandera. No es casualidad que un gobierno que responde a la oligarquía financiera internacional quiera arrollar la imagen del primer economista americano, que propuso un modelo de sociedad inclusiva, centrada en la educación y en el trabajo productivo. En uno de sus primeros escritos económicos, titulado: Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio en un país agricultor, el creador de nuestra Bandera, propone al Estado como impulsor de las fuerzas productivas, esencial en una economía periférica como era la del Virreinato del Río de la Plata. El gobierno debía proteger a la agricultura, comprando todos los linos y cáñamos que se cosechasen. A pesar de ser un hombre con origen en la élite porteña, tenía plena conciencia de la cuestión social: “Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas, la una que dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar con su trabajo (…) las unas se someten invariablemente a la mente de los otros”. Belgrano sostenía que el gobierno debía obligar a los propietarios de los terrenos sin cultivar a que los vendiesen, cuando menos en una mitad, si en un determinado tiempo no la cultivase. Esto es un importante antecedente del impuesto a la renta potencial de la tierra, ideado por el ingeniero Horacio Giberti, de plena actualidad. Las Memorias del Consulado, escritas por él, son un verdadero programa de gobierno: “Sin que se ilustren los habitantes de un país, o lo que es lo mismo, sin enseñanza, nada podríamos adelantar”. Educado en el pensamiento económico de los italianos Fernando Galiani y Antonio Genovesi, como así también en la fisiocracia de Quesnay, a quien tradujo al castellano, y en el acervo económico de Adam Smith, pensaba que el trabajo humano en la agricultura era el fundamento de la riqueza, sin dejar de ver la potencialidad de la industria y su positiva repercusión social. La educación para Manuel Belgrano era un insumo esencial para el desarrollo social, incorporando por primera vez en nuestro territorio la necesaria educación universitaria de las mujeres. Enfocaba la instrucción no como simple acumulación de datos, sino en su aspecto concreto y técnico, adelantándose 100 años a la reforma impulsada por el mejor ministro de educación con que contó la República, el brillante Osvaldo Magnasco. Como sabemos, Belgrano estudió leyes en las mejores universidades de su época, Salamanca, Madrid y Valladolid. Pero cuando llega a Buenos Aires, en 1794, es nombrado Secretario perpetuo del Real Consulado (cargo que equivalía a lo que hoy sería un Ministro de Economía), y se encuentra con un panorama desalentador. Sus ideales de progreso chocaban con las mentalidades y los intereses de los sectores acomodados de Buenos Aires, comerciantes que se beneficiaban con el monopolio y el contrabando. En su Autobiografía afirma: “Conocí que nada se haría a favor de las provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían los del bien común…”. Lejos de desalentarse, con esa situación, nos dice: “Me propuse al menos echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos”. ¿Cuáles eran estas semillas? Nos responde: “Fundar escuelas es sembrar en las almas”. El espíritu revolucionario de Belgrano descubrió rápidamente que lo nuevo, lo que podría llegar a ser capaz de modificar una realidad estática y esclerotizada, vendría por el lado de la educación”. Además de idealista, era perseverante, no se dejaba vencer fácilmente, a pesar de su carácter moderado y conciliador. De allí que insista en la fundación de escuelas técnicas, de agricultura, matemática, dibujo y náutica. Abrigaba la convicción de que, “un pueblo culto nunca puede ser esclavizado”. Escuelas gratuitas, integración de la mujer a la educación, en suma, promover la dignidad de la persona. El ingeniero Emilio A. Coni, notable historiador, en un excelente trabajo titulado El Nacionalismo económico de Manuel Belgrano, afirma con contundentes datos que nuestro prócer no fue librecambista, sino un defensor de la libertad de comercio interior, libre de gabelas internas. Nunca fue partidario de la libre importación de productos, con la conciencia de que la entrada de productos desde los países centrales, arruinarían las economías del interior. En este momento, en que no solo en la Argentina, sino también en el mundo, una parasitaria oligarquía financiera detrae lo producido por la fuerza de trabajo social, el pensamiento económico de Manuel Belgrano adquiere absoluta vigencia. Por Gustavo Battistoni (Historiador y escritor firmatense)