Juan B. Justo y La Escuela Austriaca

Juan B. Justo y La Escuela Austriaca

La Escuela Austriaca de economía  tiene relevancia en nuestro país a partir de la presidencia de Javier Milei y su permanente referencia a esa desvencijada concepción del mundo. El otorgamiento de la Orden de Mayo, una de las principales condecoraciones argentinas, a Jesús Huerta de Soto, un economista intrascendente a nivel académico, es un síntoma evidente de nuestra decadencia intelectual.

Pocos conocen que el primer crítico, que refutó tempranamente las falacias de la escuela fundada por Carl Menger, fue el fundador del socialismo argentino. Aunque en escritos anteriores había esbozado la defensa de la teoría del valor trabajo, lo hizo con meridiana claridad contra sus detractores en  un ensayo escrito para los Anales de la Facultad de Derecho de Buenos Aires, y publicado en octubre de 1913, con el título de Economía, valor, interés. El escrito es un notable alegato en favor de la teoría del valor trabajo, y adquiere una  particular actualidad porque es un análisis demoledor de la concepción subjetivista que era defendida por el fundador de la Escuela, Carl Menger; y por su principal referente, Eugen Böhm von Bawerk, a quienes cita en el estudio.

Pero el estudio de Juan B. Justo no solo se limita a la defensa de la noción del valor trabajo sostenida por Adam Smith, David Ricardo y Carlos Marx. Desarrolla la diferencia entre el trabajo técnico y el trabajo económico, de mucha actualidad en el actual proceso de cambio tecnológico: “La adaptación inteligente e intencional del medio físico-biológico a la vida de la especie humana, constituye la actividad histórica fundamental que es la técnica. Consiste en la aplicación del esfuerzo del hombre al suelo, a las otras especies, a las materias primas, directamente, o con la herramienta y la máquina”. Y continúa: “A los fines de la técnica, danse los hombres una organización que responde, directa o indirectamente a ella, divídanse el trabajo en el taller, en la fábrica, en la tienda, en la empresa, en la ciudad, en el país y en el mundo”. 

Pero la técnica, de por sí, no soluciona el problema económico, es el hombre con su actividad práctica transformadora y consciente el que debe desarrollar la economía en el proceso civilizatorio: “La actividad económica actúa directamente sobre los hombres, y quienes la ejercen están sujetos a sentimientos y expuestos a reacciones que nos inspiran y presentan en el trabajo de los animales y las cosas. Y mientras la actividad técnica, en una u otra forma, es atributo y obligación de casi todos los hombres, la mayor parte de éstos son por ahora, pasivos en la organización económica, si bien como accionistas de sociedades anónimas, y, sobre todo, en las cooperativas obreras, abiertas de hecho a todo trabajador, intervienen activamente en ella masas crecientes y ya considerables de personas”.

La demolición de la escuela marginalista, cuyos representantes estaban en la Austria Imperial de aquel momento, es completa: “No parece que podamos ir adelante sin establecer que todo valor es el valor de determinados trabajos y servicios humanos, y el valor de las cosas, el de los trabajos humanos que las han creado.

¿Vamos así a dar nuevo pábulo a la disputa entre los partidos del trabajo y los de la utilidad como substancia y medida del valor? En manera alguna. Todo se reduce a decir que el valor está en la utilidad del trabajo. Y esto es más que una simple solución verbal. Quiere decir que, además del trabajo técnico, hay el trabajo económico, la actividad de los hombres que calculan la mejor aplicación posible del trabajo técnico, de sí mismo y de los demás, de los hombres que reconocen la demanda y se ocupan de que ella sea atendida sin exceso. No sólo el trabajo de dirección técnica, que guía nuestra acción internacional sobre el medio físico-biológico, tiene, pues, un alto valor.

                                                                                                                                                                                Lo tiene también el trabajo económico, que combina y organiza los esfuerzos de los hombres en esa acción, y los dirige a satisfacer las necesidades más sentidas.                                                              

El valor de las cosas es el trabajo humano necesario para producirlas, trabajo medido no sólo por su duración sino por su intensidad, y por su calidad tanto como por su cantidad. El trabajo humano es de tanto mayor valor cuanto más inteligente, cuanto más solidario”.

Su idea de una propiedad colectiva que reemplace a la anarquía de la producción capitalista es de estricta vigencia: “No hay una conciencia colectiva que dirija y coordine los esfuerzos productivos de los hombres en la sociedad actual. Ellos se distribuyen al acaso de las inspiraciones individuales de los propietarios que disponen del capital”.

Juan Bautista Justo, máxima figura del socialismo argentino y primer traductor de El Capital de Carlos Marx al idioma castellano, fue un autodidacta en materia económica, pero de extensas y profundas lecturas. Su brillante crítica a la Escuela Austriaca de economía hace más de un siglo, hogaño en el poder en nuestro país, lo hace nuestro contemporáneo.

Por Gustavo Battistoni
(Historiador y escritor firmatense)